Así empecé a mentirle sobre mis planes de futuro, a decir sólo aquello que sabía que los demás deseaban oírme decir, a leer sus miradas y sus anhelos, a encerrar la honestidad y la sinceridad en el calabozo de las imprudencias, a sentir que vendía mi alma a trozos, y a temer que si algún día llegaba a merecerle, no quedaría ya nada de la persona que le había visto por primera vez.
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